Barbara Black creía en el mundo racional y nada más. Pero un día, al cruzar la calle, sintió que una mano la sujetaba del abrigo y la arrojaba hacia atrás en el preciso instante en que dos vehículos chocaban y subían a la vereda. Unos segundos más y el resultado hubiera sido otro.
Cuando se levantó y buscó a quién agradecerle por haber evitado el impacto fatal, no había nadie a su alrededor.
Regresó muchas veces a la misma intersección de calles para tratar de entender lo que había sucedido, sin conseguirlo. Siete meses más tarde encontró un lugar muy especial que le dio una buena razón para empezar a escribir. Entendió que escribir también es una forma de ver y escuchar, lo que nadie ve y lo que nadie oye; lo que no está ahí, pero está.